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16/09/2009 / Barcelona

Palabras del historiador y Cruz de Sant Jordi José María Murià al entregarse al pueblo mexicano la Medalla de Oro de la Generalitat de Catalunya

El 11 de septiembre de 2009, en el trancurso de la celebración de la Diada Nacional de Catalunya, se ha celebrado en el Palau de la Generalitat el solemne acto de entrega de las Medallas de Oro, la màxima distinción otorgada por el Gobierno catalán, que este año han sido concedidas al Cuerpo de Bomberos y al pueblo de México. Reproducimos a continuación el texto íntegro del discurso pronunciado en este acto por el historiador mexicano, hijo de exiliados catalanes, José María Murià. La intervención ha sido traducida en su totalidad al castellano para la edición en español de esta página electrónica, mientras que para la versión catalana se ha mantenido el formato original del discurso, donde Murià ha utilizado indistintamente los idiomas catalán y castellano. (En la imagen, Mauricio Hernández Ávila, representante del presidente de México, recibe de José Montilla, presidente de la Generalitat, la Medalla d’Oro al pueblo mexicano) Clicar a continuación apara acceder al discurso.

M.H. President de la Generalitat de CatalunyaM.H. President del ParlamentHble. Vicepresident del GovernHbles. Consellers y ConselleraIltres. Diputados/das Señor doctor Mauricio Hernández Ávila, Subsecretario de Salubridad y Asistencia, representante personal del ciudadano presidente de los Estados Unidos Mexicanos y recipendiario, a nombre de nuestro pueblo, de este importantísimo reconocimiento que nos concede el gobierno de Catalunya por una de las gestas que nutren con mayor intensidad el orgullo nacional y alimenta la satisfacción patriótica de  aquellos ciudadanos mexicanos que seguimos aferrados al deseo de que nuestro país continúa siendo como deberían serlo todos: independientes, libres y dueños de su propio destino.  O, tal como lo decía y deseaba para Catalunya, hace más de setenta y seis años, un señor que solía venir todos los días a trabajar de presidente en este mismo edificio, de la grandiosa manera en que lo hizo: “Políticamente libre, socialmente justa, económicament próspera y espiritualmente gloriosa”.  No es necesario recordar su nombre, pero lo hago porque me gusta, porque me gusta mucho cómo se oye y todo lo que significa: Francesc Macià i Llussà.             Señor Embajador de México            Señor Cónsul General en Barcelona, mi querido amigo Jaime García Amaral.            Señoras y Señores:            No encuento otra manera de empezar que diciendo lo mucho que agradezco esta medalla, como parte que soy del pueblo mexicano. Pero quiero enfatizar que lo hago con el mismo entusiasmo y cariño con que fueron recibidos miles de catalanes en mi tierra a partir del aciago año de 1939, cuando triunfó el totalitarismo en la península ibérica.             He de agregar, sin embargo, que mi situación es un tanto extraña: como si repicara y andara en la procesión, o como si chiflara y comiera pinole, pues me siento igual que si recitara los primeros versos de Walt Whitman, de su libro ‘Song to my self’, traducido por León Felipe como ‘Canto a mí mismo’.             No es que me quiera comparar con Whitman, ni mucho menos, pero no me lo puedo quitar de la mente porque hablar bien de México aquí, es en buena medida hacerlo de mí mismo. Aunque resulta lo mismo sí lo hago de  Catalunya. De la misma manera que el pozole, el tequila, el mariachi y las Chivas rayadas del “campeonísimo” Guadalajara están imbricados en mi ser y en mi hacer de todos los días, tampoco me resultan ajenos el fuet y las butifarras, el ‘allioli’, el vino del Priorat, por supuesto que el Barça y “la dansa més bella de totes les … que es fan i es desfan (de todas... las que se hacen y deshacen)” .            Por eso digo que este texto, lo tome por donde lo tome, es una especie de alabanza de mi mismo.       Imáginese usted, señor doctor Hernández Avila –imagínenselo todos-  como sufrí cuando, el pasado 8 de agosto se enfrentaron el Guadalajara y el Barça, aunque haya sido en partido amistoso… Primero, malo cuando se avanzó el Barça y, al final, malo cuando el Guadalajara estuvo a punto de ganar, Pocas veces un empate la ha dado tanta felicidad a alguien como a mí, ese día. ¡Sí! me gusta hablar y escribir en la lengua de Juan Rulfo y de Agustín Yáñez, pero al igual que lo escribió el poeta Bonaventura Carles Aribau, en 1833: "compláceme todavía hablar la lengua de aquellos sabios que llenaron el universo de sus costumbres y leyes". De esta manera alabaré aquellos hechos mexicanos pero no resisto la tentación de hacerlo en la misma lengua que hablé con aquellos que se tuvieron que ir de aquí para salvar sus vidas, pero nunca claudicaron. Pienso ahora, y permitidme que lo recuerde, en un hermano de mi madre, Martí Rouret, que en este mismo Palau, después de que Lluís Companys lanzara al viento, con voz inmortal, aquella premonición de ¡volveremos a vencer!, tanto trabajo hizo para arreglar la salida y la salvación de tanta gente.  Entre muchos, hay que mencionar al gran historiador Antoni Rovira i Virgili, vicepresidente del Parlamento catalán, a quien prácticamente arrancó de sus libros para llevárselo hacia el exilio.Por ésta y muchas otras razones, esta casa no me resulta ajena. Pero tampoco puedo quitarme de la cabeza a un modesto soldado del Ebro que, pocos días después del famoso discurso del Presidente, pasaba la frontera ya sin armas. No porque hubiera renunciado, si no porque las había dejado, esperándolo, bien escondidas en un pozo del pueblo pirenaico llamado Rabòs d'Empordà, con el fin de encontrarlas cuando las volviera a necesitar.No sé si todavía están, pero el catalanismo de aquel hombre no disminuyó nunca -ni siquiera en los tiempos más oscuros y pesimistas-. Con otras armas, bien acogido por nuestro "lábaro patrio" de los tres colores, allí lejos -pero con el corazón bien cerca- mantuvo siempre bien elevada la bandera de las cuatro barras.Debo decir, con gran satisfacción, que el habla y las ideas de aquel soldado no han tenido ninguna interrupción al servicio de Catalunya, al menos hasta una tercera generación. También a sus nietos Arnau y Magalí les complace "hablar la lengua de aquellos sabios..." y actuar de manera consecuente. Las armas que se han esgrimido son otras, pero de acuerdo con las circunstancias, quizás han resultado incluso más eficientes.  En el Sant Jordi de este año, en esta misma sala, -creo que sin tener bastantes méritos yo a solas, pero quizás sí sumando los de toda mi saga-, Catalunya me dio la mayor satisfacción que entonces creía que se me podía dar. Entre un grupo de personalidades distinguidas de verdad me fue entregada la Cruz de Sant Jordi. ¡Qué satisfacción!Pero pocos días después, el 31 de mayo, el pueblo de Fontcoberta y el vicepresidente de Catalunya me dieron una alegría similar: le pusieron a una calle que será de gran relieve el nombre del general Lázaro Càrdenas, quien, sin duda, encabezó aquella gran gesta mexicana a favor de la democracia, la libertad y la solidaridad internacional, que ha merecido para mi pueblo esta medalla y este reconocimiento tan estimados que hoy se le otroga.No haré una historia de la solidaridad mexicana con los republicanos catalanes, pero si recordaré rápidamente unos cuantos hitos principales.La encarnizada defensa de la República, por legal y legítima, que hizo la delegación mexicana en la Sociedad de Naciones. Dos nombres quiero mencionar. Primero, Isidro Fabela, uno de los mayores diplomáticos del siglo XX, y una profesora de valor y talento extraordinario que injustamente estamos perdiendo de vista: Palma Guillén, nombrada más tarde "de Nicolau". La Palmira, respetada por todos, se casó después con el muy ilustre diplomático, economista e historiador catalán, Lluís Nicolau d'Olwer.Pienso, aunque sea de forma fugaz, en la ayuda militar enviada por el presidente Cárdenas y cómo se facilitó el traslado a la Península Ibérica de los más de 400 voluntarios que decidieron tomar las armas en favor de la República: en la Batalla del Ebro se nos quedaron unos cuantos, pero también me vienen a la memoria, de manera natural, como se puede suponer, tres alumnos de mi Escuela Preparatoria de Jalisco -el instituto, dijéramos-, que murieron fusilados en un pueblo de nombre respetable pero al que se le añadió un apellido más que vergonzoso: El Ferrol...Hay que tener presente la inercia favorable a la República de todo el gobierno mexicano, que promovió sin claudicar nunca nuestro Tata Lázaro a partir de entonces, y que permitió que el gobierno de la Generalitat se reanimara en México, en el año 1954, y que el de la República Española sobreviviera hasta el año 1977. Y, lo más importante, que los refugiados se encontraran en aquel mi país más seguros y se pudieran desenvolver con más libertad que en ningún sitio. Repito lo que le dijeron a mi padre cuándo desembarcó en Veracruz, en 1942, doblado, enfermo y muerto de hambre. ¡Bien fastidiado, vaya!: "De Sonora a Yucatán vaya donde quiera y haga lo que le dé su gana" . Difícil resulta la medida del apoyo dado desde México a la cultura catalana, pero si se puede hablar de cien revistas imprimidas en catalán -algunas de larga duración y gran calidad-, más de trescientos libros de todo tipo y cuatro ediciones de los Juegos Florales de la Lengua Catalana. No en vano México acogió a más catalanes refugiados, -propiamente refugiados-, que todos los otros países de América juntos.He dejado para el final el plato más fuerte: ¿Recordáis o al menos habéis oído hablar del Acuerdo que el gobierno de Cárdenas firmó con la Francia de Enric Felip Petain, el 22 de agosto de 1940? Después de la famosa lista de Schindler, que se inmortalizó en el cine, quizás no valdría la pena recordarlo. Schindler rescató docenas de personas; la lista de Cárdenas, a bote pronto, garantizó la libertad, si es que no les salvó la vida, sólo a un centenar de miles. Sí, lo he dicho bien, un centenar de miles de seres humanos.Pensamos que después de la famosa declaración de Serrano Suñer, un español de aquellos "como Dios manda",  todos los refugiados españoles residentes en la Francia de Vichy quedaron a la buena de Dios y los empezaron a enviar a diversos campos de trabajo alemanes ... si es que los policías franquistas no los secuestraban para devolverlos y fusilarlos.Gracias al interés por el petróleo mexicano, Hitler y Mussolini también aceptaron el Acuerdo del que hablo, e incluso serían devueltos algunos infelices que ya eran prisioneros en Alemania. Dicho acuerdo establecía que todos los españoles residentes en la Francia que cínicamente decían libre, pasaban a ser considerados en tráfico hacia México, quisieran ir en realidad o no, y, lo más importante, bajo la protección de nuestra "tricolor".De esta intensa y valiente gestión, sin símil en la historia de la diplomacia, pero no ajena al espíritu de la Revolución Mexicana de 1910 -como lo pueden constatar chilenos, argentinos, uruguayos, venezolanos, guatemaltecos, judíos, libaneses, cubanos y otros- quiero recordar dos nombres, enviados a Francia por el general Càrdenas y de su plena confianza, que hicieron mucho más de lo que de ellos se esperaba: el Cònsul General, Gilberto Bosques, que se acuarteló básicamente en Marsella y alrededores y el Embajador Luis I. Rodríguez, que rondó por Vichy y Montalbà.También viene al caso hacer presente lo que decía el poeta Pablo Neruda:                                 México, has abierto tus puertas y tus manos al errante, al herido,al desterrado, al héroe.Siento que esto no pueda decirse en otra forma y quiero que se peguen mis palabras otra vez como besos a tus muros.De par en par abriste tu puerta combatiente y se llenó de extraños hijos tu cabellera y tu tocaste con tus duras manos las mejillas del hijo que te parió con lágrimas la tormenta del mundo. Desgraciadamente para los exiliados en Francia, el 22 de mayo de 1942, el mismo día que se le abrían de par en par las puertas de México a mi padre y a otros tantos viajeros del barco ‘Nyassa’, México declaró la guerra al Eje. Es una guerra que ganamos, aunque con una participación tan modesta que no nos dejaron ni siquiera un taburete en Yalta. ¡Pero también es verdad que si las democracias importantes se hicieron las despistadas y fueron olvidando el rencor contra Franco, México no!Hay que recordar que muchos años después, cuando aquellos famosos asesinatos de septiembre de 1975, la voz del presidente de México fue la única que se alzó en la Asamblea General de las Naciones Unidas para pedir la expulsión de aquella España tan ‘expulsable’.No puedo negar, pues, que este reconocimiento es justo y merecido. Los mexicanos de entonces lo ganaron por nosotros. Pero los mexicanos de ahora también tenemos que agradecer la rica presencia y los beneficios de tantos catalanes que supieron hacer lo que debían y que tanta fortaleza han dado a México.Los mexicanos queremos la fraternidad con Catalunya, como lo mostramos en 2004 en mi Guadalajara, con motivo de la Feria del Libro; el año pasado en Guanajuato, cuando el festival "Cervantino"; y a partir de la semana que viene lo volveremos a hacer en el museo más importante que tenemos, con motivo de la Feria del Libro de Antropología e Historia, que también tiene a Catalunya como invitada de honor y está pensada para homenajear a la cultura catalana.Al igual que la religión nàhuatl, que adoraba principalmente una dualidad, Ometéotl, Dios dual formado por Ometecutli -el señor dual- y Omecíhuatl -la señora dual- este modesto historiador mexicano, hijo de padre y madre exiliados, catalanes de pura cepa, también venera a Catalunya y a México como un auténtico Ometéotl: es mi santísima dualidad, por eso puedo decir sin embudos que resulta imposible que la vida me dé un momento más feliz que éste, cuando aquí, en este tipo de teocal·li -templo mayor- de la catalanidad, deseando que los dos países sean, como decía Macià, libres, justos, prósperos y gloriosos, querría llamar con voz mucho más fuerte, que se sintiera en todas partes, "aquí y allí": ¡Viva México! y Visca Catalunya!