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07/10/2009 / Barcelona

‘O Rei’ Lula

Cuando el pasado viernes 2 de octubre, poco antes de las 7 de la tarde –hora europea–, Río de Janeiro fue proclamada sede de los Juegos Olímpicos de verano de 2016, el presidente brasileño Luis Inazio Lula da Silva fue simultánea y metafóricamente coronado como el segundo ‘O Rei’ de su país. Indiscutiblemente, el primero de la dinastía es Edson Arantes do Nascimento, Pelé, para muchos el mejor jugador de futbol de la historia y siempre la cara amable de un país hasta ahora atormentado por su impotencia para acometer la envergadura de sus problemas sociales, económicos, políticos y medioambientales. Con Lula al timón, estas sensaciones han cambiado y parece poco discutible que el antiguo sindicalista merecerá dentro de no mucho, cuando abandone el poder al concluir su segundo mandato, el apelativo de mejor estadista de la historia de Brasil.

¡Quién lo iba a decir cuando en sus primeros y accidentados años de ejercicio del poder llegó a coquetear con la dimisión acosado por una asfixiante sucesión de escándalos en el Gobierno y en su Partido de los Trabajadores! En aquellos momentos tan duros, tan sólo el propio Lula creía en Lula. Sólo alguien como él podía disponer de los recursos necesarios para resistir aquella descomunal tormenta. Su trayectoria personal así lo ratifica: Lula da Silva es un ‘animal’ de la política, tenaz, perseverante, incansable. Así, inasequible al desaliento, accedió a la presidencia de Brasil tras varios intentos infructuosos y desoyendo los consejos casi unánimes de su entorno, partidario de no insistir en una aventura que parecía imposible. En la época Lula, Brasil ha emergido como indiscutible potencia regional, otorgando la letra inicial, la B de Brasil, a los denominados países BRIC, las principales naciones en despegue. Así, junto a la R de Rusia, la I de la India y la C de China, Brasil forma parte de un conglomerado que suma el 40 por ciento de toda la superficie del planeta y que acumula el 65% del crecimiento mundial de los últimos años. A nivel interno, Lula ha reducido en 11 puntos porcentuales los índices de pobreza y 4 millones de brasileños han abandonado el abismo incorporándose a la clase media, de la que ya forma parte más del 50% de la población del país.  No hay que olvidar, sin embargo, que las políticas sociales y medioambientales del Gobierno de Lula han decepcionado a muchos sectores progresistas del país, que las consideran tímidas o demasiado sumisas a los intereses de grandes corporaciones y terratenientes. Este desapego podría facilitar el ascenso al poder de la derecha en las elecciones presidenciales del año próximo. Otra cosa sería que se pudiera presentar de nuevo Lula, quien, de forma coherente con su prestigio adquirido, y a diferencia de otros distinguidos colegas latinoamericanos, ha desistido de aventuras reformistas de la Constitución que posibilitaran un tercer mandato. Con Lula, Brasil es hoy la novena economía del mundo y un ejemplo de que el ejercicio del poder por parte de una izquierda moderada también es posible en América Latina. El papel clave que juega hoy día Brasil como freno de las ansias expansionistas del izquierdismo populista de corte chavista es especialmente agradecido en Occidente. Y, sobre todo, por los Estados Unidos de Barack Obama, quien en esta nueva etapa de relaciones internacionales basadas en el diálogo y la persuasión parece haber encontrado en Lula su aliado perfecto en la región latinoamericana. El rol adoptado por Brasil en lo que parece va a resultar una resolución pacífica de la crisis en Honduras a raíz del golpe de estado contra el presidente Zelaya es un nítido reflejo de este ascendente. Lula ha conducido a Brasil a la organización de los dos acontecimientos de mayor impacto planetario: los Mundiales de futbol en 2014, y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro dos años después, en 2016. Por si alguien lo dudaba, Brasil ya es un grande en el concierto de las naciones gracias al pequeñito –sólo de estatura– Luis Inazio Lula da Silva.