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29/11/2005 / Barcelona

El pensamiento bolivariano. La visión integradora y la reinvención del socialismo en Venezuela

Intervención del Embajador de Venezuela en Francia, Roy Chaderton Matos, en el ICCI/Casa Amèrica Catalunya, con motivo de las jornadas "El socialismo del siglo XXI".
En 1897, desde algún lugar de Cuba donde aparentemente se aburría, el corresponsal de la cadena Hearst, Frederic Remington, le comentaba en un despacho a su patrón, William Randolph Hearts, que no tenía nada interesante que informar. El Señor de la prensa estadounidense le respondió en tono imperativo: “!Usted ponga las fotos, que yo pondré la guerra!”.

En 1897, desde algún lugar de Cuba donde aparentemente se aburría, el corresponsal de la cadena Hearst, Frederic Remington, le comentaba en un despacho a su patrón, William Randolph Hearts, que no tenía nada interesante que informar. El Señor de la prensa estadounidense le respondió en tono imperativo: “!Usted ponga las fotos, que yo pondré la guerra!”.

Esa contundente expresión previa al desarrollo de la guerra hispanoamericana de 1898 simbolizó los últimos momentos del imperio español y el nacimiento de un nuevo imperio acompañado por una gigantesca y global maquinaria de propaganda. Treinta y nueve años más tarde de la fecha señalada, Orson Wells produjo la película que algunos cinéfilos llaman “la mejor de todos los tiempos”: “Ciudadano Kane”. En verdad, es en los Estados Unidos donde se hace la primera gran denuncia contra el poder abusivo de los medios.

Dijo Juan Pablo II: “Cuando los demás son presentados en términos hostiles, se siembran semillas de conflicto que pueden fácilmente convertirse en violencia, guerra e incluso genocidio. En vez de construir la unidad y entendimiento, los medios pueden ser usados para denigrar a otros grupos sociales, étnicos y religiosos, fomentando el terror y el odio. Los responsables del estilo y del contenido de lo que se comunica tienen el grave deber de asegurar que esto no suceda. Realmente los medios tienen un potencial enorme para promover la paz y construir puentes entre los pueblos, rompiendo el circulo fatal de la violencia, la venganza y las agresiones sin fin, tan extendidas en nuestro tiempo”.

En el Siglo XXI los venezolanos hemos sufrido las arremetidas del poder mediático nacional e internacional. Desde El Mundo y en El País disparan los hostiles a nuestros cambios democráticos, toman La Vanguardia de la desinformación y nos dictan el ABC del neoliberalismo. Son la negación de La Razón*.


¡Oh Rupert Murdoch, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!.

(* Se trata de cinco diarios españoles de sistemática línea editorial antichavista)




Estamos hablando implícitamente de integración y desintegración. Mucho antes de 1898 se habían desintegrado los sueños y proyectos de Simón Bolívar para constituir una América fuerte, actora de primera en los escenarios internacionales. La idea integradora de una anfictionía en Panamá se evaporó entre los calores tropicales estimulantes del caudillismo y los vientos helados que soplaban desde el norte. La frustrada concepción de Bolívar llevaba de suyo el respeto a iguales y diferentes y la voluntad de encontrar espacios comunes en la imbricación de intereses coincidentes, diversos y plurales. El mexicano Leopoldo Zea (¡México lindo y querido!) interpretó que Bolívar procuraba “Comunidad, no asociación, basada en la unidad de los que tienen algo o mucho en común. La unidad para el logro o mantenimiento de la libertad y otros valores humanos no menos altos y nobles; no la asociación obligada para simplemente sobrevivir o imponerse” y “soñó también en una gran comunidad que, empezando por ser hispana, podrá
llegar a ser, simple y puramente, humana… La meta, como todas las auténticas metas de los sueños de comunidad iberos, es la libertad y la gloria, no la extensión ni el enriquecimiento. Un ideal de comunidad soñado para todo el mundo que podría ser iniciado en América”.

La idea democrática tenía de socialista un compromiso de interlocución e interacción entre los pueblos, constituidos en Estados e independizados del poder español que procuraban una nueva legalidad nacionalista e internacionalista simultáneamente, que hacían de la gente su razón de ser y servir y serían contrapeso a quienes se integraban, no para ser más fuertes y mejores, juntos, sino para ejercer la fuerza, intimidar y desintegrar.

Hoy la historia se repite: el terremoto político que sacudió a Venezuela ha estabilizado su suelo institucional donde florecen ideas y proyectos de redención social y crecimiento económico. El estallido de la creatividad democrática despide esquirlas de ejemplo contagioso que atemorizan a los dueños del poder mundial, quienes se han valido de medios violentos e ilegales para frustrar el cambio y amansar a los espíritus. Por eso proponen esquemas de integración químicamente impuros para dividir y reinar. Quieren vernos, unidos sí, pero no integrados. Unidos como los anaqueles de un gigantesco supermercado donde las reglas de juego neoliberales dispongan la repartición de migajas disfrazada de prosperidad, como para plagar de miseria nuestro continente americano en nombre de la libertad, como lo predijo Simón Bolívar. Frente a esa concepción de supermercado que nos propone el ALCA, proponemos un camino solidario de integración con la Alternativa Bolivariana para las Américas que es el ALBA y aurora.

El continente americano está despertando; al despertar se levanta y el temor al levantamiento conduce a los intentos de represión de lo social, a la manipulación mediática y a la exaltación del Dios neoliberal, el Dios del mercado.

En Venezuela, nuestro respeto y reconocimiento a la iniciativa privada con responsabilidad social, nos lleva a estimular el surgimiento de una nueva clase empresarial. A lo largo del proceso de descomposición de nuestra democracia representativa llegamos a identificar a quienes me he empeñado en bautizar como “los últimos socialistas del Siglo XX”, a los empresarios venezolanos de antes. Vivieron felices con el apoyo del Estado y resistieron heroicamente para evitar que éste los librase a su propia suerte. Nunca quisieron que el Estado los dejase de la mano; se sentían bien respirando el oxígeno de los mercados cautivos. Tuvimos capitalistas que no arriesgaban, ni competían, ni pagaban impuestos. Para prosperar bastaba tener amigos en el gobierno o entre los dos partidos políticos del status. Las reglas básicas del capitalismo, cuya violación en los países más desarrollados conduce a la bancarrota o a la cárcel, les generaban pánico. Por eso incursionaron contra la ley cuando estimulamos la economía y la iniciativa privada para todos.

La dinámica que vivimos en Venezuela nos lleva a la reinvención del socialismo, conservando su inspiración de solidaridad y deslastrándolo de los errores y las limitaciones del Siglo XX. Por eso propiciamos un debate libérrimo y participativo, para asegurar un grado superior de democracia social que genere pensamiento y pensamientos, que produzca y enriquezca, que sensibilice y solidarice y que nos haga soñar realidades con nombre y apellido: educación, como instrumento de liberación, democracia, alimento para el cuerpo y el espíritu, recreación, salud, generación de riqueza y empleo, seguridad, bienestar, libertad y paz.

Nuestras fantasías son realizables. Nuestras luchas las libramos empuñando un librito azul que nos dice: “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”. Quizá estas palabras luzcan románticas, porque nada de romántico tiene el mundo al cual nos oponemos; el de la pobreza y la exclusión, el de la violencia y la injusticia social, el de la guerra y el terrorismo.

Nuestro pensamiento y acción, nuestra inspiración y nuestro compromiso, en mi criterio personal, nos identifican con una visión cristiana de la sociedad. Los valores cristianos que nutre la definición política a partir del respeto de la dignidad de la persona humana, con todas sus consecuencias e implicaciones, me permiten opinar, en el debate abierto por el Presidente Chávez sobre el Socialismo en el Siglo XXI, que estamos construyendo una democracia socialista de inspiración cristiana, cuya primera obligación es con la gente (amaos los unos a los otros); que por ello promueve la democracia participativa y lucha por la justicia social para hacernos a todos más libres y más justos. En teoría, muchos cristianos a quienes ya conocemos, abrazarían estos principios y objetivos, mientras se dan golpes de pecho o gritan eufóricos: “alabado sea el Señor”. Sin embargo, ocurre un choque entre cristianos cuando algunos se toman en serio la palabra divina y enfrentan a los señores de la guerra, de la violencia, del egoísmo y de la codicia.

Bolívar dijo: “Moral y luces son nuestras primeras necesidades”. Aseguremos que en Venezuela ambas marchen juntas; las luces sin la moral son una bomba de tiempo. En otras palabras de Bolívar: “El talento sin probidad es un azote”.

La justicia social y la democracia son los grandes activadores de la paz y la libertad, pero no podremos acercarnos a esos objetivos mientras estemos sometidos a la dominación monopolar. La comunidad internacional necesita que el mundo sea multilateral, de integración.